El dogma de la existencia y del papel de los Ángeles Custodios nos pone de relieve la solicitud paternal de Dios y el valor de nuestras almas.
Dios me ama tanto y estima tanto mi alma, que no contento con darle todas las gracias que necesita para salvarse, le da como Custodio, un príncipe de su corte celestial para acompañarla, inspirarla, defenderla y aun proteger el cuerpo que ella anima. Qué consoladora es esta verdad y cómo nos debe dar alientos en el camino de la santidad y llenarlos de gratitud para con nuestro Padre Celestial.
Mandado por Dios para ejecutar sus designios de amor sobre nosotros, es nuestro compañero, nuestro protector y guía desde el primero hasta el último instante de nuestra existencia.
Compañero lleno de caridad, nunca nos abandona y nos presta todos los servicios que están a su alcance. Si estamos en gracia, ofrece al Eterno Padre nuestras oraciones, nuestros sacrificios, todas nuestras buenas obras; si por desgracia caemos en pecado mortal, no cesa de llamar a la puerta de nuestro corazón, implora la misericordia de Dios y pide para nosotros gracias de conversión.
Cuando viene la muerte, asiste al alma en sus últimos combates contra el demonio.
Si el alma va al purgatorio, no la abandona allí su ángel, incita la piedad de los deudos y de las personas piadosas para que no la olviden en sus oraciones, llegando a veces a aparecer bajo la forma del difunto, para pedir que rueguen por él.
Con gran amor a la gloria de Dios y celo por nuestros intereses, el Ángel Custodio procura hacernos evitar hasta la misma imperfección ya que su amorosa custodia tiene como objeto hacer que cumplamos la Voluntad de Dios como él mismo la cumple.
Respeto por la presencia de este ser santísimo que vive en presencia de Dios y lo contempla constantemente cara a cara; este respeto me inducirá a conservar siempre la compostura que corresponde a un templo del Espíritu Santo.
Nunca puedo apartarme de esta modestia cristiana, pues nunca estoy solo: mi Ángel me acompaña día y noche. que mi conducta y mi falta de recato no ofendan nunca la pureza de sus miradas.
Cuántas gracias le debo, obtenidas por sus fervorosas oraciones; de cuántos peligros del alma y del cuerpo me ha librado; cuántas veces tuvo que soportar las vistas de debilidades y aun de pecados de que tengo vergüenza, sin abandonarme, haciendo lo posible para detener la justa ira de Dios y convertirme.
- Recordar con frecuencia la presencia de mi Ángel Custodio
- Invocarlo antes de obrar
- Rezar con él, uniéndome a sus santas oraciones en todos mis ejercicios de piedad
- Pedirle perdón cada vez que le sea poco dócil o le falte al respeto
- Invocar el Ángel Custodio de la persona con quien tenga que tratar
El ángel y el sacerdote: cuenta san Francisco de Sales que un joven sacerdote a quien acababa de ordenar, al retirarse después de la ceremonia, se detuvo algunos instantes en la puerta de la iglesia, haciendo demostraciones como de una persona que quiere ceder el paso a otra de respeto para salir después. El Obispo, que marchaba a poca distancia del sacerdote, sorprendido de lo que veía, así que salieron de la iglesia, le llámo aparte y le preguntó la razón de tal conducta;"Dios, respondió el nuevo sacerdote, me concede la gracia de gozar de la vista visible de mi Angel custodio. Antes que yo fuera sacerdote, el Angel caminaba siempre delante de mí; pero hoy se ha detenido en la puerta, y ha querido por honor a mi carácter sacerdotal hacerme pasar primero, diciéndome que es mi servidor y el de todos los sacerdotes".
Ángel mío, ayúdame a amar y servir a Dios como tú lo amas y los sirves.