Dios le concedió a este santo
sacerdote la gracia muy especial de leer en las conciencias, para que así
pudiera ejercer mejor el oficio de confesar y lograr hacer mayor bien a las
almas. Pocos confesores lo han igualado en este Don tan admirable. Los casos
que más se asemejan son los de San Juan Bosco y el Santo Cura de Ars, en el
siglo XIX, los cuales muchas veces dijeron los pecados a los penitentes, antes
de que ellos se lo confesaran.
Primero cúrese usted. Llegó
un angustiado padre de familia a pedirle que rogara por la curación de su hija,
pero el Padre Pío le respondió: “Antes que buscar la curación de su hija, lo
que debe tratar de conseguir es la curación de usted mismo”.
Padre, yo no tengo ningún mal. Yo
estoy bien de salud.
Eso es lo que usted se imagina,
pero la salud de su alma está terriblemente dañada. En su vida pasada veo por
lo menos treinta y dos pecados graves que usted tiene sin perdonar.
Confundido, avergonzado, no sabía
aquel hombre dónde fijar sus ojos. Luego cayó
de rodillas confesándolos humildemente con el santo y en adelante su
vida se transformó por completo. Y narraba el hecho a la gente diciendo: “¡Pero
sí ese padre lo sabía todo! ¡Si todo me lo iba diciendo de antemano, antes de
que yo se lo contara!”.
Con esta lectura de las
conciencias logró la conversión de hombres muy influyentes en los negocios y en
la política. Veamos algunos casos.
El doctor
Saltamerenda. Era un ateo
irreconciliable y un hombre de gran
influencia en los medios de la ciudad de Génova. Pertenecía a numerosas
asociaciones científicas.
En 1949 oyó hablar del Padre Pío
a su amigo Mario Cavalieri, el cual tenía una foto del santo en su despacho. Al
oírle a su colega contar tantas maravillas acerca del Fraile estigmatizado, se
llenó, el doctor saltamerenda, de una curiosidad y deseo de ir a San Giovanni a
ver si era verdad todo esto que decían o si era una simple patraña y embuste.
Se fue allá y en un gran grupo de
visitantes se presentó al religioso sin
darse a conocer. Pero el padre Pío se le
acercó y le dijo: “Hola Genovés. Viviendo tan cerca del mar, porqué no se baña,
Usted tiene el alma terriblemente manchada y muy mugrosa”.
El Joven intelectual quedó como
petrificado. No se esperaba de ninguna manera aquella reacción del Fraile
capuchino. El darse cuenta que había sido descubierta toda la miseria de su
alma le impresionaba profundamente. Se quedó varios días en San Giovanni y se
paseaba preocupado por los campos. Y estando por allí en el prado, de un
momento a otro percibía un agradable perfume como de violetas. Varias veces
trató de acercarse al confesionario pero el Padre Pío lo rechazaba diciéndole
que no estaba bien preparado.
El santo le reprochaba que no le
interesaba nada obtener la santidad y la salvación del alma y la amistad con
Dios, sino solamente la paz de su alma. Y Le advertía que si seguía en la vida
de pecado que hasta entonces había llevado, llegaría a la eterna condenación.
El famoso doctor se sentía cada vez más conmovido e impresionado, hasta que al
fin un día el Padre Pío le dijo:
“Lo espero en el confesionario”.
Allá se fue. ÉL hizo una confesión detallada de toda su vida, con grandes
sentimientos de contrición. El santo confesor le dio la absolución de todos los
pecados de su vida pasada y unos consejos muy acertados, y aquel antiguo
descreído salió del confesionario convertido en un hombre nuevo, con una
impresionante paz en el alma.
EL ABOGADO FESTA
El doctor Cesar Festa era un
abogado muy conocido en Génova, director de un periódico y amigo de políticos
muy influyentes en la nación. Se fue de incógnito a visitar al Padre Pío, sin
presentarse ni decir quién era. Pero el capuchino al verlo le dijo sin más:
“Usted es un masón”. “Si Padre, lo soy”. ¿ y cuál es su oficio en la
masonería?. Combatir a la iglesia Católica, El buen sacerdote se quedó
mirándolo fijamente, mientras el otro empezaba a sentirse profundamente
conmovido y emocionado.
Luego, tomándolo de la mano lo
llevó aparte y se puso a contarle cuán grande es la bondad de Dios con los pecadores y que en el cielo hay más alegría por un
pecador que se convierte que por 99 santos que no necesitan conversión. Luego
le explicó hermosamente la parábola del hijo pródigo. Mientras el sacerdote
hablaba, el masón se conmovía cada vez más, hasta que estalló en llanto. Veía
que el santo descubría completamente el estado de su alma. Durante 25 años no
había ido a un templo y en cambio se había dedicado a combatir a la santa
Iglesia Católica. Ahora reconocía su pavoroso error. Se arrepintió de corazón.
Propuso una enmienda total de su vida de pecado. Hizo una detallada confesión
con el Padre Pío y en adelante fue uno de los más fervorosos defensores y
colaboradores del santo.