Entre tantos millones de abortos
que se realizan cada año hay historias hermosas, dignas de contarse.
Algunos seres humanos sobrevivieron al aborto y se sienten felices de vivir,
aunque sea con algunas limitaciones. Veamos algunos casos concretos.
Betty estaba
embarazada de gemelos y decidió practicarse un aborto. El médico reconoció
los restos de un feto y creyó que la interrupción del embarazo se había
realizado con éxito. Unas semanas después, Betty sintió que algo se movía en su
vientre. Era una niña que se había resistido a ser abortada y a morir, a pesar
de haber perdido casi todo el líquido amniótico. El médico se ofreció a
practicarle una nueva intervención para completar el aborto. Se negó y decidió tener a
la niña. Su nombre es Sara Smith y está muy contenta de haber venido a este
mundo. Nació prematura, con las piernas cruzadas sobre el pecho y las caderas
dislocadas. Hasta los dos años y medio vivió en hospitales y, antes de cumplir los
catorce, había sufrido treinta operaciones.
Cuando su madre
le contó que las primeras semanas las había pasado en su vientre con
un hermanito gemelo, Sara entendió un sentimiento que había tenido siempre,
la sensación de que le faltaba algo. Antes de saber la verdad, cuando tenía 9
años, compró dos figuritas, de un niño y una niña. Es como si siempre hubiera
intuido o inconscientemente siempre hubiera sabido que tenía un hermano. “Pienso
que, como gemelos, podían separarnos físicamente, pero siempre sentiré
su ausencia”, dijo.
Al niño abortado
le pusieron una lápida con su nombre grabado, Andrew James Smith,
sobre una tumba vacía en el cementerio de Irvine, en California.
Kristen decidió
abortar a escondidas de su madre que trabajaba como voluntaria en la
organización Birthright (Derecho a nacer). La misión de Tina era aconsejar a
las mujeres embarazadas y darles apoyo moral. Con su hija hizo lo mismo. A
pesar de ello, Kristen acudió con una amiga a la oficina de Paternidad
Planificada, dependiente de la IPPF, y se practicó un aborto. Cuatro semanas después
volvió a hacerse una revisión al centro de planificación y le dijeron que aún
seguía embarazada. Le propusieron hacerse otro aborto, pero Kristen se negó.
Fue con su madre a un ginecólogo privado y le dijo que era una niña. La vio
moverse por el aparato de ultrasonidos y pudo oír su corazón. Sin embargo, el
médico le dijo que el bebé no era completamente normal. Aún así quiso seguir con
el embarazo. Unos meses después nació una preciosa niña de tres kilos de
peso y perfecta, a quien pusieron de nombre Lauren.
Aunque Nicole
Saia se resistía a abortar, su novio insistía y prácticamente la obligó. En la
clínica le inyectaron metotrexate, un potente químico para destruir al
bebé. A las pocas horas se arrepintió, llamó al centro de abortos y le dijeron que ya
no se podía hacer nada, porque el feto estaría ya muerto.
Acudió al doctor
Steven Roth, especialista del “Genesis Women's Center”, y esté
le recetó Leukovorin, un fármaco utilizado para paliar los efectos de la quimioterapia
en enfermos de cáncer. Era la primera vez que lo hacía, pero fue un
éxito. El fármaco no sólo contrarrestó el efecto del abortivo, sino que preservó el
feto de malformaciones.
“Rivanolito” es el sobrenombre por el cual
muchos conocen este caso que sucedió en Cuba,
donde abortar no sólo es libre sino aconsejable, y, en algunos casos,
obligatorio. Afortunadamente hay personal médico provida que, a veces, protagoniza
milagros dignos de ser inmortalizados. La mamá del niño de nuestro relato tenía más
de 35 años e hijos mayores cuando se quedó embarazada. Por temor a que
naciera con síndrome de Down o alguna otra malformación, se le aconsejó que
abortara y así lo hizo. El aborto consistió en la introducción mediante una
sonda en el cuello del útero de una elevada dosis de Rivanol, sustancia
amarillenta que produce fuertes contracciones y provoca la expulsión del niño. En
muchas ocasiones, dependiendo del tiempo de gestación, el niño nace vivo y
llorando. Ésta fue una de ellas. Pero unos hechos providenciales cambiarían el
destino del recién nacido.
Ese día se
encontraba trabajando una enfermera sin experiencia, y, al ver que el niño
estaba vivo, lo llevó corriendo a la unidad de cuidados intensivos de neonatología.
Normalmente, como hemos visto en los estudios que acabamos de citar, cuando
los niños nacen vivos se les aparta y mueren enseguida debido a su inmadurez
pulmonar. Como el bebé había nacido con suerte, ese día estaba de guardia un
médico provida. Gracias a los cuidados de los dos profesionales, el niño, llamado
cariñosamente Rivanolito, es hoy un chico normal físicamente, salvo una
dolencia asmática causada por el abortivo.
Nancy Jo Mann
contaba personalmente su experiencia del aborto, y su testimonio salió
en un artículo del periódico “Washington Times”.
Yo entré a la
clínica y pregunté:
- ¿Qué me van a hacer?
- Te vamos a sacar un poco de
líquido y vamos a introducir un poco de otro líquido.
Vas a tener calambres y expulsarás el feto.
- ¿Eso es todo?
- Eso es todo.
Eso no sonaba
tan mal. Pero lo que sucedió fue muy distinto.
Yo fui al
hospital y me extrajeron 60 cm³ de líquido amniótico y me inyectaron una
solución salina concentrada. Cuando la aguja traspasó mi abdomen, yo me
odié a mí misma. Cada célula de mí ser quería gritar: “Por favor,
deténgase, no me haga eso”.
Pero una vez que
la solución salina ha sido inyectada, ya no hay nada que pueda
revertirlo. Y, durante una hora y media, sentí a mi hija dar vueltas violentamente,
mientras era ahogada, envenenada, quemada y sofocada hasta morir. Yo no
sabía que esto iba a ocurrir. Yo recuerdo haberle dicho a mi bebé que no quería
que sucediera esto. Y, sin embargo, ella estaba muriendo.
Recuerdo la
última patada en mi lado izquierdo. Ya no tenía fuerzas. He tratado de imaginarme el
morir con esa clase de muerte, con una almohada puesta sobre uno y
sofocándonos.
Luego me
aplicaron una inyección intravenosa para ayudar a estimular el proceso del
parto durante doce horas. A las 5:30 a.m. del 31 de octubre tuve a mi hija, cuyo
nombre es ahora Charmaine Marie.
Ella tenía
catorce pulgadas de largo. Pesaba más de una libra y media.Tenía la cabeza
con cabello y sus ojos estaban abriéndose. Yo la sostuve, porque las enfermeras
no llegaron a tiempo a la habitación. Yo misma recibí a mi niña.
Ellas me la
arrancaron de mis manos y la arrojaron a una chata... Ella no era un feto, un
producto de la concepción ni un tejido adherido a la pared uterina. Ella era mi hija y yo
pude sostenerla con tan solo cinco meses y medio.
En 1982, Nancy
fundó la Institución “Mujeres explotadas por el aborto”(WEBA: women
exploited by abortion), que está constituida por miles de mujeres que han tenido
abortos y que ahora hablan alto a favor de la vida. En el caso de Nancy sólo la
conversión a Jesucristo la salvaron del suicidio.
Gianna Jessen refiere: Tengo
19 años y soy de California. Soy adoptada y sufro de palasia
cerebral. Mi madre biológica tenía 17 años; y siete meses y medio de
embarazo, cuando decidió abortarme por el proceso de inyección de una solución
salina concentrada. Afortunadamente, el abortista no estaba en la clínica al nacer
yo el 6 de abril de 1977. Si él hubiera estado allí, no estaría yo hoy aquí. Hay
quien dice que yo soy un aborto fracasado o el resultado de un trabajo mal
hecho.
El asunto es
que, al nacer viva, la enfermera no sabía qué hacer y llamó al servicio
médico de emergencia; y éstos me llevaron al hospital, donde estuve casi tres meses.
Al principio, no había muchas esperanzas de sobrevivir, pesando tres libras.
Me
diagnosticaron parálisis cerebral como resultado del aborto. Le dijeron a mi
madre adoptiva que era muy dudoso que alguna vez pudiera gatear o caminar. No me
podía sentar por mí misma. Pero, con ayuda de soportes en Las piernas,
logré caminar un poco antes de cumplir cuatro años. Ahora, después de cuatro
cirugías, puedo caminar sin ayuda. No es siempre fácil; a veces, me caigo, pero he
aprendido a hacerlo con gracia después de 19 años.
Estoy contenta
de estar viva. Casi morí, pero cada día le doy gracias a Dios por la
vida. No me considero un producto secundario de la fecundación o un montón de
células... Soy feliz. La alegría me la da Dios. Lo quiero mucho y le agradezco que me
haya salvado. El Señor me hace estar siempre contenta y me da una vida
feliz.