martes, 5 de febrero de 2013

LA MARAVILLA DE LA VIDA


 

Entre tantos millones de abortos que se realizan cada año hay historias hermosas, dignas de contarse. Algunos seres humanos sobrevivieron al aborto y se sienten felices de vivir, aunque sea con algunas limitaciones. Veamos algunos casos concretos.
Betty estaba embarazada de gemelos y decidió practicarse un aborto. El médico reconoció los restos de un feto y creyó que la interrupción del embarazo se había realizado con éxito. Unas semanas después, Betty sintió que algo se movía en su vientre. Era una niña que se había resistido a ser abortada y a morir, a pesar de haber perdido casi todo el líquido amniótico. El médico se ofreció a practicarle una nueva intervención para completar el aborto. Se negó y decidió tener a la niña. Su nombre es Sara Smith y está muy contenta de haber venido a este mundo. Nació prematura, con las piernas cruzadas sobre el pecho y las caderas dislocadas. Hasta los dos años y medio vivió en hospitales y, antes de cumplir los catorce, había sufrido treinta operaciones.
Cuando su madre le contó que las primeras semanas las había pasado en su vientre con un hermanito gemelo, Sara entendió un sentimiento que había tenido siempre, la sensación de que le faltaba algo. Antes de saber la verdad, cuando tenía 9 años, compró dos figuritas, de un niño y una niña. Es como si siempre hubiera intuido o inconscientemente siempre hubiera sabido que tenía un hermano. “Pienso que, como gemelos, podían separarnos físicamente, pero siempre sentiré su ausencia”, dijo.
Al niño abortado le pusieron una lápida con su nombre grabado, Andrew James Smith, sobre una tumba vacía en el cementerio de Irvine, en California.
 
Kristen decidió abortar a escondidas de su madre que trabajaba como voluntaria en la organización Birthright (Derecho a nacer). La misión de Tina era aconsejar a las mujeres embarazadas y darles apoyo moral. Con su hija hizo lo mismo. A pesar de ello, Kristen acudió con una amiga a la oficina de Paternidad Planificada, dependiente de la IPPF, y se practicó un aborto. Cuatro semanas después volvió a hacerse una revisión al centro de planificación y le dijeron que aún seguía embarazada. Le propusieron hacerse otro aborto, pero Kristen se negó. Fue con su madre a un ginecólogo privado y le dijo que era una niña. La vio moverse por el aparato de ultrasonidos y pudo oír su corazón. Sin embargo, el médico le dijo que el bebé no era completamente normal. Aún así quiso seguir con el embarazo. Unos meses después nació una preciosa niña de tres kilos de peso y perfecta, a quien pusieron de nombre Lauren.
 
Aunque Nicole Saia se resistía a abortar, su novio insistía y prácticamente la obligó. En la clínica le inyectaron metotrexate, un potente químico para destruir al bebé. A las pocas horas se arrepintió, llamó al centro de abortos y le dijeron que ya no se podía hacer nada, porque el feto estaría ya muerto.
Acudió al doctor Steven Roth, especialista del “Genesis Women's Center”, y esté le recetó Leukovorin, un fármaco utilizado para paliar los efectos de la quimioterapia en enfermos de cáncer. Era la primera vez que lo hacía, pero fue un éxito. El fármaco no sólo contrarrestó el efecto del abortivo, sino que preservó el feto de malformaciones.
 
 “Rivanolito” es el sobrenombre por el cual muchos conocen este caso que sucedió en Cuba, donde abortar no sólo es libre sino aconsejable, y, en algunos casos, obligatorio. Afortunadamente hay personal médico provida que, a veces, protagoniza milagros dignos de ser inmortalizados. La mamá del niño de nuestro relato tenía más de 35 años e hijos mayores cuando se quedó embarazada. Por temor a que naciera con síndrome de Down o alguna otra malformación, se le aconsejó que abortara y así lo hizo. El aborto consistió en la introducción mediante una sonda en el cuello del útero de una elevada dosis de Rivanol, sustancia amarillenta que produce fuertes contracciones y provoca la expulsión del niño. En muchas ocasiones, dependiendo del tiempo de gestación, el niño nace vivo y llorando. Ésta fue una de ellas. Pero unos hechos providenciales cambiarían el destino del recién nacido.
Ese día se encontraba trabajando una enfermera sin experiencia, y, al ver que el niño estaba vivo, lo llevó corriendo a la unidad de cuidados intensivos de neonatología. Normalmente, como hemos visto en los estudios que acabamos de citar, cuando los niños nacen vivos se les aparta y mueren enseguida debido a su inmadurez pulmonar. Como el bebé había nacido con suerte, ese día estaba de guardia un médico provida. Gracias a los cuidados de los dos profesionales, el niño, llamado cariñosamente Rivanolito, es hoy un chico normal físicamente, salvo una dolencia asmática causada por el abortivo.
 
Nancy Jo Mann contaba personalmente su experiencia del aborto, y su testimonio salió en un artículo del periódico “Washington Times”.
Yo entré a la clínica y pregunté:
- ¿Qué me van a hacer?
- Te vamos a sacar un poco de líquido y vamos a introducir un poco de otro líquido. Vas a tener calambres y expulsarás el feto.
- ¿Eso es todo?
- Eso es todo.
Eso no sonaba tan mal. Pero lo que sucedió fue muy distinto.
Yo fui al hospital y me extrajeron 60 cm³ de líquido amniótico y me inyectaron una solución salina concentrada. Cuando la aguja traspasó mi abdomen, yo me odié a mí misma. Cada célula de mí ser quería gritar: “Por favor, deténgase, no me haga eso”.
Pero una vez que la solución salina ha sido inyectada, ya no hay nada que pueda revertirlo. Y, durante una hora y media, sentí a mi hija dar vueltas violentamente, mientras era ahogada, envenenada, quemada y sofocada hasta morir. Yo no sabía que esto iba a ocurrir. Yo recuerdo haberle dicho a mi bebé que no quería que sucediera esto. Y, sin embargo, ella estaba muriendo.
Recuerdo la última patada en mi lado izquierdo. Ya no tenía fuerzas. He tratado de imaginarme el morir con esa clase de muerte, con una almohada puesta sobre uno y sofocándonos.
Luego me aplicaron una inyección intravenosa para ayudar a estimular el proceso del parto durante doce horas. A las 5:30 a.m. del 31 de octubre tuve a mi hija, cuyo nombre es ahora Charmaine Marie.
Ella tenía catorce pulgadas de largo. Pesaba más de una libra y media.Tenía la cabeza con cabello y sus ojos estaban abriéndose. Yo la sostuve, porque las enfermeras no llegaron a tiempo a la habitación. Yo misma recibí a mi niña.
Ellas me la arrancaron de mis manos y la arrojaron a una chata... Ella no era un feto, un producto de la concepción ni un tejido adherido a la pared uterina. Ella era mi hija y yo pude sostenerla con tan solo cinco meses y medio.
En 1982, Nancy fundó la Institución “Mujeres explotadas por el aborto”(WEBA: women exploited by abortion), que está constituida por miles de mujeres que han tenido abortos y que ahora hablan alto a favor de la vida. En el caso de Nancy sólo la conversión a Jesucristo la salvaron del suicidio.
 
Gianna Jessen refiere: Tengo 19 años y soy de California. Soy adoptada y sufro de palasia cerebral. Mi madre biológica tenía 17 años; y siete meses y medio de embarazo, cuando decidió abortarme por el proceso de inyección de una solución salina concentrada. Afortunadamente, el abortista no estaba en la clínica al nacer yo el 6 de abril de 1977. Si él hubiera estado allí, no estaría yo hoy aquí. Hay quien dice que yo soy un aborto fracasado o el resultado de un trabajo mal hecho.
El asunto es que, al nacer viva, la enfermera no sabía qué hacer y llamó al servicio médico de emergencia; y éstos me llevaron al hospital, donde estuve casi tres meses. Al principio, no había muchas esperanzas de sobrevivir, pesando tres libras.
Me diagnosticaron parálisis cerebral como resultado del aborto. Le dijeron a mi madre adoptiva que era muy dudoso que alguna vez pudiera gatear o caminar. No me podía sentar por mí misma. Pero, con ayuda de soportes en Las piernas, logré caminar un poco antes de cumplir cuatro años. Ahora, después de cuatro cirugías, puedo caminar sin ayuda. No es siempre fácil; a veces, me caigo, pero he aprendido a hacerlo con gracia después de 19 años.
Estoy contenta de estar viva. Casi morí, pero cada día le doy gracias a Dios por la vida. No me considero un producto secundario de la fecundación o un montón de células... Soy feliz. La alegría me la da Dios. Lo quiero mucho y le agradezco que me haya salvado. El Señor me hace estar siempre contenta y me da una vida feliz.